La semana del 10 al 14 de noviembre se realizó en la ciudad de Guanajuato el vigésimo Coloquio Cervantino Internacional. En esta ocasión el evento tuvo una connotación luctuosa: Eulalio Ferrer Rodríguez, animador y genio tutelar de los coloquios desde su fundación, falleció el año pasado, cuando ya se encontraban en marcha los preparativos del actual coloquio.
Desde hace años el Coloquio se ha distinguido por mostrar las distintas aristas de la apropiación y actualización de la figura cervantina a nivel mundial. En esta ocasión, para no desmerecer, se contó con la presencia de la traductora de la primera parte del Quijote al tailandes – resulta que hasta hace un trienio, no existía dicha versión-. Igualmente asistieron escritores latinoamericanos de la talla de Jorge Edwards, Luis Rafael Sánchez, Guillermo Sheridan y José León Portilla.
Mientras transcurría el evento y se iban desarrollando las ponencias y conferencias magistrales, no pude menos de atestiguar un espíritu de fin de época. En la constante mención del ausente, en realidad estaba la consciencia de que la misma tradición cervantina –reflejo como pocos de las transformaciones del pensamiento desde que apareció la novela madre de toda la novela-exige una renovación paulatina de quienes se abrazan a ella. Nuevas lecturas y lectores, nuevos enfoques y promotores. En un santiamén pasaron ante mí todos los coloquios en los que había participado desde mi época de estudiante. En medio de tantos esfuerzos truncos y memorias de celebraciones perdidas, el Coloquio Cervantino minuto a minuto afirmaba su permanencia desde la vitalidad.
Fue bueno asistir al momento en que un esfuerzo excepcional – el de Eulalio, el de todo Guanajuato- mostró que podía ir más allá de quienes le dieron realidad.
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