viernes, 9 de agosto de 2013

Recordando una lectura de Truman Capote

He estado recordando mucho a Truman Capote. Música para camaleones. El texto lo leí hace muchos años, precisamente en esa primera juventud en que se tiene la libertad para leer más de lo que te indican. Ahora, muchos años después, me descubro recostado en la cama recordando más que las historias, la forma en que están contadas, una cierta transparencia y calidez transmitida por el lenguaje y que pone a los personajes frente a uno, gesticulando, cuchicheando, mirando.
Todo había comenzado con “Ataúdes tallados a mano”. Esa era la recomendación de lectura, pero no la respeté. Me fui relato tras relato enamorándome de esa narrativa. Si los ataúdes estaban tallados a mano, estos relatos también. Lo gracioso es que, años después, todavía me intrigue imaginarme reflejado en un espejo como el descrito en la historia que da título al libro.
¿Dónde lo leí? En una biblioteca pública. En Puebla varias de las bibliotecas están resguardadas por edificios coloniales o del siglo pasado. Entre la ex Penitenciaría del Estado y el ex Hospital de San Pedro, podía elegir dos diferentes experiencias de lectura, una marcada por las miradas al patio de la exfortaleza, un juego de hojas y niñas yendo a cursos de teatro o bien, la soledad de un anexo del museo donde rara vez entraba alguien. Un atractivo de ambos espacios era la frescura de la piedra que, aunada al silencio, permitía leer sin sentirse asfixiado.
De Truman Capote no he leído mucho más. Algo de lo que escribió sobre él Luis Villoro me disuadió de leer Desayuno en Tiffanys. Tuve contacto con un texto que escribió a su regreso de un viaje a Moscú – el primero tras el inicio de la guerra fría de artistas estadounidenses a la superpotencia rival-, pero tuve escrúpulos y lo deje en la casa del amigo que lo poseía.

Lo gracioso es cómo, años después, tras leer notas de literatura norteamericana en inglés que ni vienen al caso, vuelve el fantasma de esas letras y se me ofrecen como tentación. No sé si valdría la pena poner música para las iguanas.