miércoles, 22 de junio de 2016

Oaxaca, expediente abierto.

Oaxaca. Nochixtlan Oaxaca para ser exacto. Pero también Juchitán y Salina Cruz. Para el conocedor de la historia reciente del estado y para el observador atento de sus fenómenos sociales resulta evidente que el magisterio disidente se ha convertido desde hace décadas en un eje articulador de la vida del estado. No quiero pasar por alto la función de cooptación y control de la cúpula del sindicato, pero sobre todo de la secretaria estatal de Educación y los gobernadores que desde hace décadas han preferido cualquier alternativa a la de dejar que el sindicato desarrolle sus actividades conforme a la ley y de paso fomentar alternativas productivas e integradoras de la economía regional que respeten la particular  complejidad social, política, cultural y lingüística del estado. Más allá de la coyuntura, la importancia del magisterio en la vida oaxaqueña reside en que ha sido el espacio donde la política social y cultural del estado cobran sentido. No en las instancias de gobierno, no en los partidos. O por lo menos, no como en otros estados. Incluso el peso del magisterio como elemento cohesionador en medio de la multiplicidad étnica de la entidad resulta insustituible. Es esta función de cohesionador de la vida del estado la que es tocada por una reforma de corte laboral, que no contempla medidas para respetar la singularidad de cada entidad. Ademas, en lugar de una verdadera consulta se busca imponerla a través del despliegue masivo de la fuerza sin tomar en cuenta de que, en medio del abandono sistemático en que el estado mexicano ha tenido a las comunidades pobres del país, el magisterio tiene más crédito frente a su población que el lejano poder central.
Por supuesto que una multitud de actores económicos son lastimados por el proceso de resistencia e incipiente insurgencia (quizá ya deberíamos hablar de ciclos en este caso) que las ofensivas oficiales desatan en Oaxaca. Pero nuevamente nos debemos preguntar sobre la legitimidad de los intereses de estos actores y, por otro lado, por la completa ausencia de una visión de estado que a nivel local organice los distintos intereses en pugna y a nivel federal recupere su sentido federalista (valga la redundancia) y permita al estado organizarse respetando sus singularidades.
Un paso en ese sentido, por ejemplo, fueron los comicios aplicando el principio de usos y costumbres para municipios indígenas, pero en lugar de salidas imaginativas que busquen generar un nuevo orden cívico y económico, tenemos a la federación convertida en el sostén de cacicazgos que su único rasgo de modernización es ser cada vez más proclives a maniobrar a favor de trasnacionales.
En la medida en que no se recupere la noción de gobierno como elemento cohesionador del territorio y la necesidad de respetar las particularidades de cada entidad y de su gente, lo probable es que viviremos en una constante oscilación entre la resistencia de las sociedades que se organizan y el sufrimiento en silencio de las que no ( Tamaulipas, por ejemplo) pero sin  conformar verdaderamente un espacio habitable en este país.
En fin, la palabra la tiene la ciudadanía de México y de Oaxaca, no sus tecnocracias. Para ellas sólo hay un camino, el de siempre.

lunes, 20 de julio de 2015

El lento discurrir de la escritura.

Hay momentos en que prefiero mantenerme a contracorriente. Uno de esos momentos es al escribir. Si bien puedo entender la premura al generar un texto de carácter utilitario, cuando se trata de textos que pretenden ser mucho más personales, abocarse a las obsesiones que de alguna manera me hicieron llegar a lo que soy ( o no), no puedo escribir rápido.
Cuentos, ensayos, poesía: cualquiera de esas manifestaciones me resulta demasiado gozosa y dolorosa para ponerlas a discurrir en los plazos de algo que ya es una industria cultural. Y conste que cumplí mis compromisos académicos siempre en tiempo.
En realidad yo mismo estoy atrapado en esa red. Ahora mismo este texto le roba tiempo a compromisos ya establecidos. Precisamente esa lentitud lleva a no tener (jamás tendré) una amplia gama de textos para enviar a concurso. Claro. Sabemos de muchas cosas muy bien escritas que nunca debieron llegar a letra de imprenta. Sobrenadamos en textos que sólo expresan la necesidad de cumplir un término. Tal vez la respuesta la tenga el buen Juan de Valdés Leal en su Finis gloriae mundi : "Ni mas. Ni menos".

domingo, 26 de octubre de 2014

Víspera de Muertos

De repente un frío ya casi invernal se ha posesionado de las calles. En lo particular, considero los meses de septiembre y octubre los más visualmente atractivos en el altiplano mexicano y las sierras costeras que lo circundan. La luz que ilumina ciudades como la de México, Guanajuato, Zacatecas o las playas del Golfo me resulta un deleite que luego olvido hasta que al siguiente año sus efectos vuelven a fascinarme.
Un amigo mio, profesor de origen náhuatl, platicaba por estos días de la apertura del Mictlán y las almas que venían a visitar a sus parientes en este mundo. Cada que platicábamos, igualmente, recordaba los caminos de pétalos en los caseríos de la sierra, la lluvia incesante en el panteón de Altotonga y Teziutlán, las veces que caminamos entre niebla y tumbas tratando de encontrar a la parentela en medio de las flores de cempásuchil y cresta de gallo, nube y tantas otras.
Este año es difícil que visite a mis muertos. No dudo que ellos me visitarán, pero en realidad, en medio de tanto fango y sangre, de tanta oportunidad para ceder al desaliento, no sé si disfrutaré estas fiestas. Seré claro: este año estamos un poco más muertos los de este lado, un poco más cínicos y sin esperanza.
Con todo, espero que a lo largo de la semana pueda volver a ver esos juegos de luz que luego olvido y sentir de nuevo cierta esperanza.


domingo, 9 de febrero de 2014

Remembranza del fuego

Quizá parezca que estoy tranquilo. Cómodo, adaptado al medio. En realidad, cada vez más, mis sueños se convierten en una advertencia, en una indicación de un aluvión que cualquier día se desata y me lleva lejos, o a las arenas de mi infancia o a algún paraje que no conozco pero está esperando mi presencia desde hace años.
Resulta que sueño y vuelvo a lugares que no he visitado en años. Quizá algunos realmente nunca los he visitado. Siento el sol que baña mi piel en esos sueños y veo al fondo montañas y mares, gente que no conozco pero que está esperándome.
Hay otras escenas que si viví. Que vuelven con fuerza porque quieren decir algo, expresan algo que con palabras no voy a decir o, por lo menos, no voy a decir hasta mucho después, luego de una verdadera inmersión en la palabra que de verdad ponga en riesgo los límites de esa comodidad usada para simular que nos comunicamos.
Estoy en la casa de mi tía abuela. El piso es de ladrillo, la casa de madera, nos ilumina un foco que enciende gracias a un largo cable. Las polillas y mosquitos revolotean en el foco. Mi hermano y mi padre están sentados frente a mí, mi hermano tiene el dorso desnudo pues nos bañamos en el mar hace unas horas. Mi padre lleva una camisa ligera, su gorra, tiene los lentes puestos. A su espalda está la puerta a oscuras, la puerta que da a la loma. A mí lado, frente a ellos, esta mi otro hermano, mi madre nos hizo café y está sentada un poco más allá. El café es de olla, de ese aguado que hace la abuela y que deja posos negros que luego usamos para las plantas.
La noche no es muy avanzada. La charla viene del mar, de ver la arena y las aves, de patalear y dejarse arrastrar por las olas. Mi madre de cuando en cuando recuerda las excursiones de cuando era niña, el sabor del jobo, días que sólo nos llegan a través de su memoria. Mi padre cuenta de las tortugas, del problema de manejar en carretera mala. Mi hermano está distraido, pensando quizá en ese calor que a todos nos está venciendo.
De repente asoma su hocico la cerda. Es una cerda enorme, la hemos criado desde hace meses en la parte de atrás de la loma. Sólo se asoma, lenta, incorpórea, rompiendo el negro de la habitación en oscuras. Mi hermano ve que vemos algo a sus espaldas, gira la cabeza. Y la ve a la altura de sus ojos.
Claro que se sobresaltó. Más que el rostro la sensación de algo respirando sobre su espalda, dirá después.
Yo pienso sólo en esos segundos: la cabeza que irrumpe en la zona de luz intrigada, el giro curioso de mi hermano y ese choque, instantáneo, sin reflexión posible ante lo inesperado.
Igual si hubiésemos estado frente al fuego en un campamento inmemorial. Lo inesperado nos saludaba frente a frente.
Luego vino la reacción y  el jalar de la soga que pendía del cuello de la cerda. Un pedazo de pan para el susto. Pero esos momentos, ese momento de quiebre. La Diosa Hécate apareciéndose a mi hermano bajo la figura de una puerca ( o un perro negro, o un bulto, o un enano, o un toque inadmisible).
Así siento estos momentos de confianza. Un estar en el fuego. En el círculo iluminado. Esperando que se manifieste lo inesperado.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Más que un bloqueo, un eclipse.

Las últimas semanas tuve una larga temporada de no escritura. En parte lo provoco la necesidad (apenas en primera instancia resuelta) de escribir una ponencia. Pero en realidad, en paralelo a esa escritura intelectual, especializada, mi otra escritura - especializada e intelectual, pero antes que nada, ligada a una búsqueda estética- se detuvo como si algo la hubiera trozado de golpe.
Si, sirvió ver como gente joven a la que respeto comenzó sus avatares en el proceso de escritura. Igualmente ver a los colegas de siempre en sus afanes por ser percibidos como autores e, incluso, como buenos autores.
En realidad el problema es qué se busca al escribir. Antes hubiera contestado muchas cosas que realmente ahora no podría suscribir. Mejor comienzo a explorar la página en blanco y poco a poco construyo aquello que quiero. Tengo unos cuentos por ahí descansando en la antesala editorial y un poemario frío en las carpetas de la computadora. Todavía no renuncio a incursionar en temas que como ciudadano me incumben, pero realmente ese registro no está normalmente en lo que escribo.
Pienso que quizá lo que intento es de no circunscribirme al espacio material y temporal donde el azar tuvo a bien engendrarme y explicarme. Si bien hay wannabes que se conforman con ir a esquiar a Aspen y endeudarse lo que resta del año, a mi no me basta con ir a Aspen. Necesito ir a una dimensión personalísima que a duras penas tentaleo y a partir de ahí intento recomponer todo lo demás.
Por ahora, empiezo a sentirme inconforme con lo logrado (casi nada) pero creo que la búsqueda sigue valiendo la pena. 

viernes, 13 de septiembre de 2013

Puebla bajo la lluvia.


Estos han sido días de nubes y lluvia. Cada tres días para un poco la precipitación, sale el sol y, antes de que nos acostumbremos, vuelve a llover al día siguiente.  En lo particular me agrada la manera en que brillan las piedras del centro de la ciudad tras la lluvia, pero no soy indiferente al hecho de que esa magnificencia de piedra, ladrillo, mosaico y estuco suele colapsar durante esta temporada. Simplemente, lo que acostumbramos ver como normal, se vuelve prescindible, cansa, aburre. Un día queda sólo un hueco, una estructura vencida y añosa o un montículo de escombros y entonces añoramos la belleza del primer día.

Hay algunas casonas adornadas de mosaico que me parecen dignas de verse una y otra vez. Otras tienen trabajos en mármol y tableros de cantera que indican una voluntad de diferenciarse del entorno. Resulta paradójica la riqueza de estilos, en ocasiones su simplicidad o, al contrario, su abigarramiento, comparada con la triste monotonía de la ciudad extendida. El reino del concreto y la lámina. Un día imagino esta ciudad extendida expandiéndose sobre las piedras y mosaicos de la primera ciudad de la misma manera que el ruido del tráfico envolvió una ciudad diseñada para el tránsito de caballos. Esos serán días tristes y monótonos, días de fijación en viejas fotografías y grabados. Días de mucho ruido, también.

viernes, 9 de agosto de 2013

Recordando una lectura de Truman Capote

He estado recordando mucho a Truman Capote. Música para camaleones. El texto lo leí hace muchos años, precisamente en esa primera juventud en que se tiene la libertad para leer más de lo que te indican. Ahora, muchos años después, me descubro recostado en la cama recordando más que las historias, la forma en que están contadas, una cierta transparencia y calidez transmitida por el lenguaje y que pone a los personajes frente a uno, gesticulando, cuchicheando, mirando.
Todo había comenzado con “Ataúdes tallados a mano”. Esa era la recomendación de lectura, pero no la respeté. Me fui relato tras relato enamorándome de esa narrativa. Si los ataúdes estaban tallados a mano, estos relatos también. Lo gracioso es que, años después, todavía me intrigue imaginarme reflejado en un espejo como el descrito en la historia que da título al libro.
¿Dónde lo leí? En una biblioteca pública. En Puebla varias de las bibliotecas están resguardadas por edificios coloniales o del siglo pasado. Entre la ex Penitenciaría del Estado y el ex Hospital de San Pedro, podía elegir dos diferentes experiencias de lectura, una marcada por las miradas al patio de la exfortaleza, un juego de hojas y niñas yendo a cursos de teatro o bien, la soledad de un anexo del museo donde rara vez entraba alguien. Un atractivo de ambos espacios era la frescura de la piedra que, aunada al silencio, permitía leer sin sentirse asfixiado.
De Truman Capote no he leído mucho más. Algo de lo que escribió sobre él Luis Villoro me disuadió de leer Desayuno en Tiffanys. Tuve contacto con un texto que escribió a su regreso de un viaje a Moscú – el primero tras el inicio de la guerra fría de artistas estadounidenses a la superpotencia rival-, pero tuve escrúpulos y lo deje en la casa del amigo que lo poseía.

Lo gracioso es cómo, años después, tras leer notas de literatura norteamericana en inglés que ni vienen al caso, vuelve el fantasma de esas letras y se me ofrecen como tentación. No sé si valdría la pena poner música para las iguanas.