jueves, 6 de junio de 2013

Unas palabras sobre las pequeñas especies y Leonardo Boff

Bien. Retorno después de otro periodo de silencio. Últimamente considero esto saludable. Poco a poco, en medio de lo cotidiano, los tiempos cambian. Parece que todo continúa como siempre, pero el escenario ha cambiado. Si no se tiene la precaución de tomarse un respiro y pensar sobre la manera en que han cambiado las cosas, sus sentidos potenciales, se termina en medio de la nada.
De momento, el medio ambiente vuelve a preocuparme. Notas aisladas como la desaparición de una especie de cangrejo de las costas veracruzanas. Años quejándome de cómo los automotores los convierten en pasta sobre el asfalto para que los desarrolladores turísticos los dejen sin hábitat. Lo mismo mariposas, salamandras, pequeñas especies que fueron las únicas con las que pude interactuar en un mundo que cuando nací ya estaba en jaque. El verdadero problema es que no basta lo que se hace. Por más que se vean animales o ecosistemas amenazados en los medios, por más que se reflexione sobre la necesidad de un cambio en el ritmo de consumo de los recursos naturales y la preservación y posible restauración del medio, las malas noticias se acumulan.
En el plano conceptual no estamos mejor. De repente el hombre contemporáneo parece el clásico ajusticiado atado a cuatro caballos, con el agravante de que es él quien da la voz para que estos arranquen su carrera y lo despedacen. Como universitario, como heredero de esa tradición occidental que no necesariamente debía terminar en este triste espectáculo, como mestizo, hijo de veinte sangres, el panorama me resulta desolador y las posibilidades de incidir cada vez menores.
Sin embargo, recuerdo un texto de Leonardo Boff. Su visión integral de la humanidad y el medio, pese a los reparos que a veces me provoca el tono de su teología, me llaman a retomar la esperanza pese a la cada vez más negra perspectiva. Quisiera un tono más mesurado, algo neutro para poder escribir al respecto, pero en un mundo que amenaza ya no tigres o elefantes, ya no otros seres humanos sino pequeñas especies que no costarían nada preservar, hecho mano de lo primero que encuentro, del último texto en el que el llamado a la esperanza me sonó vehemente y sincero.

Afuera llueve. Pienso en los años en que pude vivir rodeado de vida vegetal y de animales. En este mundo donde la riqueza viene del concreto y los combustóleos quién diría que el salto de una rana sobre el piso podría resultar un llamado subversivo a la reflexión y al acto, así sea de escribir.