viernes, 13 de septiembre de 2013

Puebla bajo la lluvia.


Estos han sido días de nubes y lluvia. Cada tres días para un poco la precipitación, sale el sol y, antes de que nos acostumbremos, vuelve a llover al día siguiente.  En lo particular me agrada la manera en que brillan las piedras del centro de la ciudad tras la lluvia, pero no soy indiferente al hecho de que esa magnificencia de piedra, ladrillo, mosaico y estuco suele colapsar durante esta temporada. Simplemente, lo que acostumbramos ver como normal, se vuelve prescindible, cansa, aburre. Un día queda sólo un hueco, una estructura vencida y añosa o un montículo de escombros y entonces añoramos la belleza del primer día.

Hay algunas casonas adornadas de mosaico que me parecen dignas de verse una y otra vez. Otras tienen trabajos en mármol y tableros de cantera que indican una voluntad de diferenciarse del entorno. Resulta paradójica la riqueza de estilos, en ocasiones su simplicidad o, al contrario, su abigarramiento, comparada con la triste monotonía de la ciudad extendida. El reino del concreto y la lámina. Un día imagino esta ciudad extendida expandiéndose sobre las piedras y mosaicos de la primera ciudad de la misma manera que el ruido del tráfico envolvió una ciudad diseñada para el tránsito de caballos. Esos serán días tristes y monótonos, días de fijación en viejas fotografías y grabados. Días de mucho ruido, también.