domingo, 4 de noviembre de 2012

Panóptico de la ausencia


Un dintel marcado a balazos.
Polvo y casquillos.
Lejano eco de cerveza.
El sabor de la muerte.

-Entre sueños veo el deambular de sus mujeres,
las casas de un puerto,
vagones y vías férreas,
esvásticas en mármol negro.
Lagunas y pelícanos bordeando el desierto.
Camionetas de vidrios oscuros,
vidrios oscuros todo el norte.

Veo el puente, 
goteo de luces en la noche última,
alambradas de silencio.
Panóptico de la ausencia:
sin gobierno,
sin certezas.
No veo nada, nada supe,
nada pasa.

martes, 9 de octubre de 2012

Octubre en la noche

Una noche otoñal en Puebla. A veces camino en la noche y me quedo viendo la calle vacía frente a la casa. Por alguna razón desconocida, el tono de las lámparas se ha vuelto más rojizo con los años. No sé si es mala memoria o imaginación, pero las recuerdo más claras en mi infancia. Al final lo único que no se pierde es el hábito de caminar, de detenerse a reflexionar en el silencio nocturno.
Me siento en el sofá frente a la ventana.Si es fin de semana, algún vecino tendrá música. Cada cierto tiempo llega gente al andador de al lado. Desde jóvenes que buscan unirse a la fiesta, hasta parejas silenciosas.
Normalmente son noches tranquilas. Quizá temerosas. A veces se escapa uno que otro recuerdo de la inseguridad. El horizonte siempre está asociado a promesas, promesas que pueden ser esperadas en vano. Simplemente no se sabe que traerá el volcán: ¿nubes, nieve, un penacho de ceniza? Al día siguiente el volcán sigue más o menos en el lugar dónde debió observarlo Humboldt y la vida vuelve a su conciencia extrañada de siempre.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Noche de verano de un mal año

En fin, está terminando el verano. No he querido ver las imágenes del consulado norteamericano en Bengasi, aunque no dudo que la idea de ceder el control de Siria a los islamistas el día de hoy debe resultarle menos atractiva al departamento de Estado que a principios de año. Ese es el problema de las intervenciones directas o indirectas: es extremadamente difícil que se ajusten a las previsiones originales. El día de hoy Malí y Libia padecen un descontrol que la muerte natural de Gadaffi quizá no hubiese provocado. Es mucho más fácil, pero lento, presionar a un estado que intentar construir uno de las cenizas de la rebelión. Claro, nada de lo que diga o escriba impedirá futuras intervenciones. Y resulta por lo menos contradictorio, opinar de una situación de guerra cuando mi propio país atraviesa una cuyos alcances y límites nunca han sido definidos y, por lo mismo, alcanza en su furor incierto a muchos inocentes inadvertidos. Es una guerra que no es. Aparentemente la primera "secuela", si cabe ese termino con respecto a un proceso bélico irregular y su impacto en la alta cultura, ha sido la incorporación de temáticas de violencia y narcotráfico a la literatura. En principio parece que la no ficción se lleva las palmas en este primer acercamiento  y las literaturas en algún momento llamadas del Norte junto con ella. Leer a Diego Enrique Osorno y por el otro lado las últimas derivaciones de los textos de Luis Humberto Crosthwaite son la marca de una cierta reacción al fenómeno que creo, tendrá variaciones aún más importantes. En medio de las proclamas gubernamentales y los esfuerzos de ciertos sectores de la sociedad por ver hacia otro lado (cuestión incierta pero comprensible) queda un tejido social maltrecho, lastimado, que exige múltiples narrativas para poder ayudar a la comprensión de la nueva realidad que, poco a poco, se va erigiendo.

Nuevamente revistas como Emeequis y Gatopardo así como diversos periodistas que enfrentan diariamente el riesgo y, sin embargo, no dejan de publicar su visión de esta realidad distorsionada son los pioneros en este proceso de resignificar. Queda por ver cómo reconstruiremos una visión cultural de nosotros mismos, plurales y a veces enfrentados, sobre las bases que nos dejan los grandes nombres que se escapan: Carlos Montemayor, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Tomás Segovia y otros un poco más lejanos pero no menos relevantes como Octavio Paz, Fernando Benítez, etc.
A la larga y pese a los cantos fúnebres que suelen acompañar el desempeño de la novela, sólo ésta permite esa visión global de la realidad que brinda a una generación la oportunidad de tomar posesión del mundo que habita y heredarlo a nuevos lectores. Más que pensar en la frivolidad de una reseña o un premio literario, la meta debería ser generar esa narrativa que refleje con la distancia y penetración necesarias, las profundas transformaciones de las que esta violencia es heraldo, consecuencia y síntoma.

sábado, 18 de agosto de 2012

GOTEO

En estos días he hecho más esporádica mi escritura en blogs. Hay quien me dice que no sirven, no llegan al tipo de lector al que aspira un escritor o, en otro sentido, que es una propuesta más visual, más adecuada para fotografías o vínculos.

A mí lo que me preocupa es su capacidad de distracción. Creo que por estar fraccionando el pensamiento en pequeños tópicos, rachas de ideas cada vez más difíciles de sistematizar, uno empieza a perder la capacidad de concentrarse en un tema o de desarrollar una idea hasta sus últimas consecuencias (posibles).
En fin, hay otra cosa. Tampoco creo que el escribir sea un  ejercicio gratuito. A veces, como en esta ocasión, el duelo con el vacío tiene su lado gratificante. Pero me gustaría tener mejores asuntos de los cuales escribir. Tengo una buena razón: en este mundo cargado de barullo y malas noticias, el escribir es una apuesta por la capacidad y la imaginación humana. Frente a mí hay múltiples razones por las que parecería más sano y más urgente llevar algo más periodístico o historiográfico que las sempiternas luchas con el deseo de escribir. Pero, finalmente, estos espacios en blanco, este estar sin ideas es el momento angustiante que preludia un inicio. No sé que ni cual, pero tomarle la medida no puede ser completamente gratuito.

miércoles, 9 de mayo de 2012

La importancia de la escritura

Nuevamente me pierdo en el ejercicio de teclear algo a media noche. Más que insomnio es la necesidad de comunicar algo. Algo que, más que inefable, todavía no puede decirse porque no está escrito. 
Distintas cosas me han estado distrayendo los últimos meses. Eso que la mayoría llamaría vida. El trabajo, el estudio, el trato con el resto de la gente. No, no reniego ni rehuyó tal cosa. Pero yo llevo escribiendo desde la secundaria y leyendo desde los seis años. No aprendí en preescolar, simplemente me ponía a ver las fotografías de los libros sin realmente leer. La escritura fue más inocente. Empece en las páginas de enmedio de las libretas. Las de hasta atrás eran para teléfonos y dibujos. Me encanta dibujar, todavía me fascina tomar la manteleta de un restaurant y llenarla de visiones más o menos oníricas.
La fotografía y la pintura eran artes mayores que jamás domine, pero el coqueteo sigue.
Tarde años en aprender a escribir en un español más o menos académico. Creo poder hacerlo, pero aún me preocupa más la posibilidad de volcar mis obsesiones en el papel. Porque soy vieja escuela. Escribo preferentemente en papel y luego capturo. Excepto estos ejercicios.
Creo que no se ha perdido esa sospecha del racionalismo y la visión religiosa en contra del poder herético del que se aproxima sin sanción superior a ejecutar un texto. La sospecha es contra el texto.
No se escribe porque sirva para algo concreto sino porque se quiere. Si se vende, obtiene un premio o el texto informa algo es ganancia, pero la idea primordial era escribir. Y entonces uno resulta tan impredecible que moverse en el sistema - que es como el aire, te rodea, te envuelve y aunque te enojes te sustenta- se vuelve un poco difícil, un equilibrio entre cálculo y placer, entre ganar un premio y/o prestigio y la posibilidad de sólo desvelarte para escribir porque quieres que alguien te lea.
Al final te das cuenta, hagas lo que hagas, no debes renunciar al gusto que tuviste la primera vez que te desvelaste escribiendo. Alguien podría leerte.

sábado, 10 de marzo de 2012

Italianos


Tengo un libro de Gramsci en la cabecera. Sus cartas. También tengo el epistolario más o menos completo de Pasolini. En ambos casos se trata de autores que disfruto de diversas maneras. En ellos coinciden mis lecturas políticas y las literarias. Sin embargo, no he podido terminar ninguno de los dos libros. Es, más bien, una especie de adivinación la que ejerzo con los libros de estos connotados materialistas. Los tomo al azar y leo lo que me place. Esta lectura anárquica me trae a la mente un texto de Reyes en La experiencia literaria donde exaltaba la necesidad de tener una lectura sistemática, filológica por decirlo así. Ese hermoso párrafo del orden y de la sistematización vuelve a mí cada que tomo alguno de los volúmenes y me pierdo en el joven Pier Paolo fascinado por el futbol o en las angustiosas búsquedas de Antonio del mecanismo que le permita sobrevivir al encierro, a ese otro mundo que, por estar cerrado, es un aleph de la sociedad contemporánea.
No es que no pueda hacer una lectura sistemática. La hago seguido. No con la entrega de cuando realizaba mi tesis. Todavía guardo silencio cuando alguien cree que es gracia declarar algo sobre algún tema sin conocerlo a profundidad. Pero coincido en que no es lo más placentero. Me leo y me contradigo mentalmente. Estoy pensando en todos aquellos que creen que el no tener estudios formales de literatura es una ventaja ante el texto. No es así. Vamos, no implica sino la posibilidad de darle un cierto orden a las lecturas y, el problema, precisamente, es que por lo menos debes saber que ese orden es necesario o posible. Hay placeres de otro tipo en esa segunda, tercera o cuarta lectura.
Vuelvo a Gramsci y a Pasolini. Me permiten saltar del tema de la novela contemporánea y la sexualidad reprimida al de los bajos salarios de los profesionistas. Esos son mis temas, mi mundo a pesar de toda la globalidad que queramos incluir. Es mi desorden. El ansia de conocer un poco de este mundo, habiendo surgido de los coros de ángeles, arcángeles y héroes nacionales de la historia patria. Pero veamos las cosas con atención: un hombre que encerrado en las más duras condiciones logra armar una interpretación fértil y flexible de una teoría que suele sufrir la mutilación de su dinamismo en pro de la ortodoxia. Eso requiere disciplina. La clase de orden, de lectura cuidadosa que rehuyó con ellos. Pasolini es más un hombre de acción. Un cristiano atormentado por el pecado que llega a Marx a través de Cristo. El deseo, el pecado, la caridad, para él son vivencias, como el movimiento social es vivencia para Gramsci. No estamos en el concepto, en la arquitectura pura del intelecto. Es una escritura cargada de una dimensión vivencial que va en contra del orden de lo sistemático. Sin embargo, presuponen ese esfuerzo. Lo desbordan.
Sigo pensando en ellos. Algo me dice que en ellos hay cuerpo, historia y sangre. Como en la Biblia. Aparte esta aquel escrito sobre la India – y esas burlas en Gramsci al padre Bresciani-. Sólo termino pensando que, pese a la necesidad de la sistematización, del orden, también se necesita un espacio para lo abigarrado, lo desordenado, aquellas lecturas que en su amplitud nos devuelven un poco de ese caos vital que, si no se presenta, nos ahoga en rutina.

viernes, 10 de febrero de 2012

De madrugada.

Hay momentos en que sólo escribo por escribir. Hoy, por ejemplo, llene varias páginas de una libreta profesional de algo que espera ser publicado algún día. Igualmente, pienso recopilar mis textos dispersos e intentar darles algún orden. Sucede que al contacto con mis alumnos, y con algunas buenas publicaciones que atesoré durante los últimos años, me doy cuenta de que quiero retomar mi faceta de autor. La que me llevo a estudiar algo que francamente no estaba ranqueado correctamente en el top ten del pensamiento familiar. A estas alturas del partido, no puedo pasar por alto que son mis gustos y mis anhelos el entramado secreto que guía mis actividades presuntamente más consciente. El no publicar, el no tener listo un texto de ficción o no ficción para su publicación, me hace sentir vacío, baldado de alguna íntima forma. Eso me causa más escozor que no tener auto. Y aquí estoy, dueño de páginas inéditas y un profundo deseo de continuar.