Tengo un libro de Gramsci en
la cabecera. Sus cartas. También tengo el epistolario más o menos completo de
Pasolini. En ambos casos se trata de autores que disfruto de diversas maneras.
En ellos coinciden mis lecturas políticas y las literarias. Sin embargo, no he
podido terminar ninguno de los dos libros. Es, más bien, una especie de
adivinación la que ejerzo con los libros de estos connotados materialistas. Los
tomo al azar y leo lo que me place. Esta lectura anárquica me trae a la mente
un texto de Reyes en La experiencia
literaria donde exaltaba la necesidad de tener una lectura sistemática,
filológica por decirlo así. Ese hermoso párrafo del orden y de la
sistematización vuelve a mí cada que tomo alguno de los volúmenes y me pierdo
en el joven Pier Paolo fascinado por el futbol o en las angustiosas búsquedas de
Antonio del mecanismo que le permita sobrevivir al encierro, a ese otro mundo
que, por estar cerrado, es un aleph de
la sociedad contemporánea.
No es que no pueda hacer una
lectura sistemática. La hago seguido. No con la entrega de cuando realizaba mi
tesis. Todavía guardo silencio cuando alguien cree que es gracia declarar algo
sobre algún tema sin conocerlo a profundidad. Pero coincido en que no es lo más
placentero. Me leo y me contradigo mentalmente. Estoy pensando en todos
aquellos que creen que el no tener estudios formales de literatura es una
ventaja ante el texto. No es así. Vamos, no implica sino la posibilidad de
darle un cierto orden a las lecturas y, el problema, precisamente, es que por
lo menos debes saber que ese orden es necesario o posible. Hay placeres de otro tipo en
esa segunda, tercera o cuarta lectura.
Vuelvo a Gramsci y a
Pasolini. Me permiten saltar del tema de la novela contemporánea y la
sexualidad reprimida al de los bajos salarios de los profesionistas. Esos son
mis temas, mi mundo a pesar de toda la globalidad que queramos incluir. Es mi
desorden. El ansia de conocer un poco de este mundo, habiendo surgido de los
coros de ángeles, arcángeles y héroes nacionales de la historia patria. Pero
veamos las cosas con atención: un hombre que encerrado en las más duras
condiciones logra armar una interpretación fértil y flexible de una teoría que
suele sufrir la mutilación de su dinamismo en pro de la ortodoxia. Eso requiere
disciplina. La clase de orden, de lectura cuidadosa que rehuyó con ellos.
Pasolini es más un hombre de acción. Un cristiano atormentado por el pecado que
llega a Marx a través de Cristo. El deseo, el pecado, la caridad, para él son
vivencias, como el movimiento social es vivencia para Gramsci. No estamos en el
concepto, en la arquitectura pura del intelecto. Es una escritura cargada de
una dimensión vivencial que va en contra del orden de lo sistemático. Sin
embargo, presuponen ese esfuerzo. Lo desbordan.
Sigo pensando en ellos. Algo
me dice que en ellos hay cuerpo, historia y sangre. Como en la Biblia. Aparte
esta aquel escrito sobre la India – y esas burlas en Gramsci al padre Bresciani-.
Sólo termino pensando que, pese a la necesidad de la sistematización, del
orden, también se necesita un espacio para lo abigarrado, lo desordenado,
aquellas lecturas que en su amplitud nos devuelven un poco de ese caos
vital que, si no se presenta, nos ahoga en rutina.
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