jueves, 23 de junio de 2011

Mediterráneo

1

El desierto. Una línea enorme en el horizonte. El cielo recubierto de estrellas. Son las tres de la mañana. Un jerbo orejudo salta entre las rocas. De repente, siente algo. Levanta la naricilla nerviosa. Algo pasa rápidamente. Nervioso, salta a la madriguera. En el horizonte se ve la luz que se aleja.

2

El agua de mar. Una línea ondulada que viene y va. Viene y va. La otra noche llegaron. Ellos no te vieron. Tú puedes verlos porque conoces la isla. En cierta forma es tu isla, el cielo es tu cielo y esas cabras salvajes son tus cabras. No sabes quienes son. Llegaron extenuados. A duras penas alcanzaron la pequeña bahía. Ahora los ves. No sabes si ayudarlos o quedarte así. Mirando. Vienen mal. Tu padre sabría qué hacer. Te retiras. No es bueno ser visto.

3

El mar. El mar es una línea que se funde con el cielo en el horizonte. Todavía no calienta el sol. Estas en esta playa, todavía hace fresco y te preguntas como llegaste ahí. Anoche estuviste revisando un artículo poco común. Una filóloga argentina dice que encontró evidencia de familias moriscas que embarcaban desde el otro lado del Mediterráneo e intentaban llegar a tierra firme. Dice que algunas volcaron, que otras apenas llegaban para ser apresadas y vendidas como esclavos. Ves de nuevo hacia el mar. Tomas tu sombrero y te alejas caminando hacia la casa.

4

Las estrellas. Recuerdas cuando eras niña y mirabas las estrellas. Era un irse de esta realidad tan pequeña, tan limitada. A veces esperabas ver una estrella fugaz. Tu madre te llamaba desde la casa. Era malo tomar el fresco. Pero tú lo disfrutabas. Disfrutabas como el cielo iba poco a poco oscureciendo. Veías hacía arriba y pensabas en la Vía Láctea. Tu madre te había contado la historia del camino de leche. Imaginabas a Hércules salpicando leche y a la diosa molesta. Pero no. Era el camino de leche. Tu mitología era solo una lámina en el libro y las palabras de tu madre.

5

Los bereberes. Tu maestro siempre uso su nombre para compararlo con el de los barbaros. Ber-ber-ber sonaban esos pueblos del interior para el lector del Corán. Bar-bar-bar sonaban esos pueblos del interior para el amante de la tragedia. Recordabas, eso sí, su silueta robusta y amable, su rostro rubicundo, la memoria de tantos pueblos y tantas lenguas.

6

Borges imagino un laberinto construido por un monarca tiránico. Contó como el prisionero escapaba y luego colocaba al tirano en otro laberinto de arena sin límites. Lo que no imaginó fue un laberinto conformado por el mar embravecido, otro hecho de arena, uno más construido por el despotismo de los hombres con esos dos. El resto de la historia está por contarse.

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