Acabo de enterarme de las
declaraciones del Dr. Cordova ( precandidato al
gobierno de Guanajuato por Acción Nacional y exsecretario de salud) en
las que confunde una obra clásica de Maquiavelo con la obra clásica de
Saint-Exupery. Esta declaración fue la
última de una serie que amenaza con extenderse como cascada y donde uno de los “argumentos”
de la defensa ha sido el demeritar el papel de la cultura literaria frente a la
sociedad en general y en su papel de componente relativo del bagaje de una
cierta clase política.
En medio del debate aparecen
ciertas aristas peligrosas que para apreciarse deben sacarse por un momento del
debate electoral para luego retornar a él desde otra perspectiva. En primer
lugar, la cultura de la clase política. El gobernador de Puebla, Rafael Moreno
Valle, y el precandidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador me
servirán para ejemplificar. Uno cito en la prensa como las obras que más
influyeron en él :
El arte de la guerra
de Tzun- Su,
Las 48 leyes del poder
de Robert Greene y
La batalla del cinco
de mayo de Pedro Ángel Palou (ver
http://www.sexenio.com.mx/puebla/articulo.php?id=6615 junto con otros ejemplos locales) El candidato izquierdista habló de “La
Constitución”. Visto con cuidado, aquí se revelan las raíces del lapsus de
Córdova. Por un lado existe una clase política que se nutre de lecturas – en el
mejor de los casos- especializadas sobre el fenómeno y la práctica del poder y,
por otro, una expectativa social donde la cultura y, en particular la alta
cultura –cierta música, cierta literatura, otras artes- son atributo del
gobernante y el ciudadano. Y aquí comienza el embrollo. No sé puede leer
El arte de la guerra sin vincularlo con
la filosofía y la cultura china. No es
un manual o un compendio como podría aspirar a ser el libro de Greene. Mucho
menos se puede hablar de la constitución, un conjunto de normas, como una
influencia literaria. Cuando Córdova quiere mostrarse culto confunde un libro
que tiene profunda aceptación y resonancias emocionales entre la ciudadanía con un texto, igualmente clásico, pero de una naturaleza
radicalmente distinta.
Parece que la visión, la
perspectiva sobre la cultura de una buena parte de la clase política mexicana
esta permeada por una necesidad de utilidad, por un irrefrenable sentido de lo
instrumental, donde lo bello, lo artístico y lo expresivo, está de más. Esa visión instrumental, de especialista en
el discurso del poder, choca con las expectativas de otros componentes de la
sociedad que aspiran a algo más
integral. Lo verdaderamente desolador es que estos otros sectores de la
sociedad – mucho más sensibles a la alta cultura o conscientes incluso del
valor de la cultura popular, no meros vivenciadores de ésta- normalmente no le
dan al fenómeno del poder la importancia debida y no traducen su diferendo con
los especialistas políticos en una posición y una participación cívico-política sostenida que
pudiera contrarrestar la brutal especialización.
De momento, la síntesis se antoja
imposible. Tenemos especialistas en las técnicas y los discursos del poder y
especialistas en las técnicas y discursos del conocimiento y el arte. Son estos
segmentos los que se enfrentan en las polémicas estériles del momento.
Estériles porque el conocimiento tanto de la esfera del poder como de la alta
cultura no trascienden al resto de la sociedad. Una amplia mayoría no leerá ni
uno ni otro tipo de obras. Su vida está condicionada ya por la carencia de medios
de acción y de expresión, tanto políticos como artísticos. Mientras tanto, la
hiperespecialización avanza y la creación de una colectividad conocedora de los
mínimos indispensables para saberse, entenderse y expresarse como ciudadana, se
posterga indefinidamente.