Bien. Retorno después de otro
periodo de silencio. Últimamente considero esto saludable. Poco a poco, en
medio de lo cotidiano, los tiempos cambian. Parece que todo continúa como
siempre, pero el escenario ha cambiado. Si no se tiene la precaución de tomarse
un respiro y pensar sobre la manera en que han cambiado las cosas, sus sentidos
potenciales, se termina en medio de la nada.
De momento, el medio ambiente
vuelve a preocuparme. Notas aisladas como la desaparición de una especie de
cangrejo de las costas veracruzanas. Años quejándome de cómo los automotores
los convierten en pasta sobre el asfalto para que los desarrolladores turísticos
los dejen sin hábitat. Lo mismo mariposas, salamandras, pequeñas especies que
fueron las únicas con las que pude interactuar en un mundo que cuando nací ya
estaba en jaque. El verdadero problema es que no basta lo que se hace. Por más
que se vean animales o ecosistemas amenazados en los medios, por más que se
reflexione sobre la necesidad de un cambio en el ritmo de consumo de los
recursos naturales y la preservación y posible restauración del medio, las
malas noticias se acumulan.
En el plano conceptual no estamos
mejor. De repente el hombre contemporáneo parece el clásico ajusticiado atado a
cuatro caballos, con el agravante de que es él quien da la voz para que estos
arranquen su carrera y lo despedacen. Como universitario, como heredero de esa
tradición occidental que no necesariamente debía terminar en este triste
espectáculo, como mestizo, hijo de veinte sangres, el panorama me resulta
desolador y las posibilidades de incidir cada vez menores.
Sin embargo, recuerdo un texto de
Leonardo Boff. Su visión integral de la humanidad y el medio, pese a los
reparos que a veces me provoca el tono de su teología, me llaman a retomar la
esperanza pese a la cada vez más negra perspectiva. Quisiera un tono más
mesurado, algo neutro para poder escribir al respecto, pero en un mundo que
amenaza ya no tigres o elefantes, ya no otros seres humanos sino pequeñas
especies que no costarían nada preservar, hecho mano de lo primero que
encuentro, del último texto en el que el llamado a la esperanza me sonó
vehemente y sincero.
Afuera llueve. Pienso en los años
en que pude vivir rodeado de vida vegetal y de animales. En este mundo donde la
riqueza viene del concreto y los combustóleos quién diría que el salto de una
rana sobre el piso podría resultar un llamado subversivo a la reflexión y al
acto, así sea de escribir.