En fin, está terminando el verano. No he querido ver las imágenes del consulado norteamericano en Bengasi, aunque no dudo que la idea de ceder el control de Siria a los islamistas el día de hoy debe resultarle menos atractiva al departamento de Estado que a principios de año. Ese es el problema de las intervenciones directas o indirectas: es extremadamente difícil que se ajusten a las previsiones originales. El día de hoy Malí y Libia padecen un descontrol que la muerte natural de Gadaffi quizá no hubiese provocado. Es mucho más fácil, pero lento, presionar a un estado que intentar construir uno de las cenizas de la rebelión. Claro, nada de lo que diga o escriba impedirá futuras intervenciones. Y resulta por lo menos contradictorio, opinar de una situación de guerra cuando mi propio país atraviesa una cuyos alcances y límites nunca han sido definidos y, por lo mismo, alcanza en su furor incierto a muchos inocentes inadvertidos. Es una guerra que no es. Aparentemente la primera "secuela", si cabe ese termino con respecto a un proceso bélico irregular y su impacto en la alta cultura, ha sido la incorporación de temáticas de violencia y narcotráfico a la literatura. En principio parece que la no ficción se lleva las palmas en este primer acercamiento y las literaturas en algún momento llamadas del Norte junto con ella. Leer a Diego Enrique Osorno y por el otro lado las últimas derivaciones de los textos de Luis Humberto Crosthwaite son la marca de una cierta reacción al fenómeno que creo, tendrá variaciones aún más importantes. En medio de las proclamas gubernamentales y los esfuerzos de ciertos sectores de la sociedad por ver hacia otro lado (cuestión incierta pero comprensible) queda un tejido social maltrecho, lastimado, que exige múltiples narrativas para poder ayudar a la comprensión de la nueva realidad que, poco a poco, se va erigiendo.
Nuevamente revistas como Emeequis y Gatopardo así como diversos periodistas que enfrentan diariamente el riesgo y, sin embargo, no dejan de publicar su visión de esta realidad distorsionada son los pioneros en este proceso de resignificar. Queda por ver cómo reconstruiremos una visión cultural de nosotros mismos, plurales y a veces enfrentados, sobre las bases que nos dejan los grandes nombres que se escapan: Carlos Montemayor, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Tomás Segovia y otros un poco más lejanos pero no menos relevantes como Octavio Paz, Fernando Benítez, etc.
A la larga y pese a los cantos fúnebres que suelen acompañar el desempeño de la novela, sólo ésta permite esa visión global de la realidad que brinda a una generación la oportunidad de tomar posesión del mundo que habita y heredarlo a nuevos lectores. Más que pensar en la frivolidad de una reseña o un premio literario, la meta debería ser generar esa narrativa que refleje con la distancia y penetración necesarias, las profundas transformaciones de las que esta violencia es heraldo, consecuencia y síntoma.