domingo, 22 de mayo de 2011

La hora de la verdad en España

Mientras escribo estas líneas en España terminan las elecciones. El vuelco a favor del PP parece contrastar vivamente con la expectativa abierta por las concentraciones de la Plaza del Sol. Lamentablemente es un fenómeno bastante conocido en México. Pese a lo multitudinario que pueda ser una concentración, ésta no tiene una mayor incidencia en los resultados electorales. Más bien, es indicativa de un proceso mucho más lento, de profunda transformación de las prioridades de la ciudadanía y de sus maneras de hacer política.

Mientras el ciudadano que se congrega en una plaza pide un cambio, expresa una insatisfacción, muestra un rechazo, no tiene un programa unificador, una exigencia que permita convertir ese malestar en un cambio concreto. En la concentración, en la manifestación, se toma consciencia de otras formas de hacer política, de otras visiones de la realidad, incluso puede determinarse el rumbo de una existencia individual. Fuera de la plaza, el mundo de los acuerdos, todo ese entramado que en cualquier país constriñe a la soberanía popular a una mera fuente de legitimidad y no a una presencia actuante de la vida social, sigue operando. Ni la manera de operar del F.M.I. ni de la O.T.A.N. está sujeta a una democratización o un escrutinio. Su operación supera el espacio estatal donde lo popular se expresa. El verdadero problema a la larga, es que estas manifestaciones dejan a esa serie de acuerdos, de aparatos discursivamente montados en la idea de la soberanía popular, desprovistos de legitimidad. Es entonces cuando la hora de la verdad ha sonado, ya que las autoridades recién electas no van a administrar el consenso sino a lidiar con una exigencia de transición, per se indefinida y altamente crítica con lo existente. Retomando una parábola recurrente, tras un movimiento como el que se vive en España, una cierta forma de ver lo político se encuentra erigida sobre arena. En una de esas, es todo el aparato estatal.